Para cuando anochezca

En una colosal explosión de conciencia, A. revive escenas clave de su vida en forma de trepidante diálogo sostenido con un mismo y atentísimo interlocutor. Trauma y belleza afloran codo con codo en una atmósfera misteriosa, por momentos hipnótica, que alcanza tres generaciones.

La historia es tanto de amor como de herida. Lo tierno convive con lo obsesivo, mientras el escozor de la culpa recorre la biografía de A. hasta el presente. 

El lector advertirá la resonancia de autores como Duras, Woolf o Kundera. Ella no se permite ser feliz y solo sabe que debe indagar en el punto de contacto entre dos personas que se reconocen. Porque mientras hablamos, caminamos sobre la arista que separa el pensamiento de una persona del de la otra. Sabemos que en ese momento somos un lugar común, el punto bajo el signo de exclamación que contiene toda la fuerza del verbo, todo el infinito y toda la nada.